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El dinero no puede comprarme

Yo no sé, no. Apenas terminamos de jugar el primer tiempo en la cancha del balneario Los Ángeles, allá cerca del Puente Gallego, nos mandamos para el lado de la pileta, lo que quedaba de ella, de una gran pileta de lo que alguna vez fue un balneario municipal. Allá todavía quedaban con algún uso …

fecha 19 de Septiembre, 2024

Yo no sé, no. Apenas terminamos de jugar el primer tiempo en la cancha del balneario Los Ángeles, allá cerca del Puente Gallego, nos mandamos para el lado de la pileta, lo que quedaba de ella, de una gran pileta de lo que alguna vez fue un balneario municipal. Allá todavía quedaban con algún uso más o menos rescatable los baños. Los usábamos como vestuarios, como baños propiamente dicho. Al pasar por la pileta, Manuel dijo: “Qué cosa, ¿no? Justo ahora que sacarse el bucodental es un trámite más o menos piola y fácil, en esta no nos podemos zambullir”. Lo decía mientras con un gallito que tenía preparado en la garganta le estaba apuntando a un cascarudo. Manuel tenía puntería con los escupitajos. El cascarudo estaba en el fondo, saliendo de una grieta que estaba pasando de color marrón a un verde musgo intenso. 

A Carlos esa semana se le dio por hacer un trámite ante un hospital para operarse las amígdalas porque le habían dicho que mejoraría su voz y podría cantar. Y como le gustaban los Beatles, soñaba con cantar como Paul. Raúl estaba tramitando ante la 22, que ahora es la comisaría 18, un certificado de domicilio que le tenía que presentar a un laburo de una carnicería cerca del centro. Después le pedirían el certificado de buena conducta, que se lo daban también en la misma comisaría, una vez que te junaban.

Tiguín nos preguntaba dónde había un buen gestor o gestora que hiciera trámites rápidos y económicos. Había sentido que la Municipalidad iba sacar una ordenanza que dispusiera como obligación que las bicis llevaran patente nuevamente. Quería que sus dos mejores bicis estén patentadas. Una era una Graciela, otra una estilo inglesa. José estaba pensando en hacerse socio de un club de pesca. Lo cargábamos diciéndole: “Es un trámite difícil, tenés que sacarte una foto carnet y no creemos que tu cabeza entre”. 

A Pedro le estaban renovando el abono escolar para el bondi, que consistía en comprar veinte boletos en la línea 153 para ir a la escuela temprano. Le hacían un gran descuento. Pero le decía a los viejos que ese trámite lo hicieran sólo para los meses que restaban del año porque quería ir a pata el año siguiente hasta la Anastasio Escudero. El único trámite engorroso que tenía que hacer era levantarse media hora antes y encarar a las 7 de la mañana el camino a la escuela en invierno. 

Mientras tanto, la cancha que estaba por Iriondo al 3900 cambiaría de orientación: ya no iba a estar de norte a sur sino de este a oeste. Cuando se corrió la bolilla de que la Municipalidad iba a gestionar unos centros deportivos, decidimos hacer un trámite para conseguir uno para nosotros: hacer una comisión directiva, hablar con los dueños del terreno. Al tiempo, remándola lo conseguimos. Lo gestionamos ante el secretario de Deportes, que era Mario Roberts, entrenador de un gran remero argentino y rosarino por adopción: Alberto Demiddi. 

Los vecinos tramitaban ante la Municipalidad que los bondis alargaran su recorrido y mejoraran su frecuencia ya que se estaba pavimentando Cafferata, que el 15 pasara por ahí y que el 53 no se quedara atrás y que llegara por lo menos hasta el Mercado. Estaba piola llegar hasta el San Francisquito, jugar unos partidos ahí y volverse en bondi. Sólo había que hacer un trámite. 

La Susi, que vivía pasando Acindar, deseaba que hubiera un bondi que por lo menos nos fuera a buscar o nos llevara a los encuentros que pronto se harían: los picnics de primavera, esos encuentros juveniles a cielo abierto. Le decíamos: “Susi, si vos querés hacer el trámite con la Municipalidad hacelo, pero va a ser medio difícil que nos vayan a buscar a los picnics en el medio del monte Caballero”. 

Una tarde saboreábamos unos buñuelos que Aiti, la abuela de Pedro que hacía poco había tramitado la jubilación, nos había hecho. Cada vez que nos veía, nos habilitaba con algo dulce, hecho por ella o comprado. Al rato a alguien se le ocurrió preguntar: “¿Y si vamos hasta el monte Bertolotto, donde están esas hileras de árboles de mora negras y que Aiti nos haga dulce?” Para Aiti, hacernos cosas dulces era un trámite fácil y agradable.  

Cuando íbamos camino a los árboles de Mora, pasando Acindar, vimos a Graciela y a Isabel, que estaban viniendo de un kiosco y les preguntamos cómo iba el asunto de los bondis de fin de semana. Isabel nos dijo: “Mirá, hay que hacer un trámite, hay que ir a hablar con los padres de la Susi para que nos habiliten la casa así hacemos una movida bailable. Si hacemos ese trámite y sale bien, todo va a marchar”. En ese momento, que el cielo estaba despejado, cruzó una estrella fugaz, y al toque y en dirección contraria, otra. Alguien se preguntó si sería de mal o buen augurio. Pedro pensó en la sonrisa de la Susi, que era como una estrella fugaz, un trámite que siempre estaba al alcance. José dijo: “Son dos trámites esas estrellas fugaces. Trámites que van y trámites que vienen”. 

Por esos días comprendimos que todo lo que hacíamos necesitaba de algo previo: un trámite. Le vi la cara a Manuel, que parecía que se le dibujaba una sonrisa y que estaba mirando todavía como queriendo que las estrellas aparecieran de nuevo. “Lo que veo es que, con o sin bucodental, tenemos unas piletas en las que pronto nos vamos a poder zambullir todos”, dijo Manuel. Mientras Carlos tarareaba lo que estaba sintiendo, porque de alguna casa salía la voz de Paul y de todos los otros cantando El dinero no puede comprarme, amor, sabíamos que los trámites eran posibles y que los tiempos que vendrían para nosotros también.

Publicado en el semanario El Eslabón del 14/09/24

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