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America (not latina) first

La victoria del oxigenado republicano en EEUU generó expectativas desproporcionadas en el presidente argentino, que se arrastra a su encuentro. Nacionalismo o corporaciones, una relación carnal que no deja de ser desigual.

fecha 11 de Noviembre, 2024

La victoria del oxigenado republicano en las elecciones de EEUU generó expectativas desproporcionadas en el presidente argentino, que se arrastra a su encuentro. Nacionalismo o corporaciones, una relación carnal que no deja de ser desigual.

El cambio de presidente en Estados Unidos, sobre todo cuando va del partido demócrata al republicano, implica en algún grado un reordenamiento parcial de sus relaciones con los distintas áreas del globo, aunque no por eso redunde en un cambio sustancial que vaya a afectar las relaciones fundamentales de dominación que ejerce sobre América Latina. Ni siquiera con aquellos con quienes puede compartir algunos espacios de representación internacionales, o coincidencias ideológicas contra lo que se llama la agenda “woke”, o progresista. En ese sentido, el festejo de Milei, su euforia por el resultado y su viaje a Estados Unidos para intentar saludar a Trump –como titula Página 12– parecen, por lo menos, desproporcionados. 

En charla con el programa Poné la pava, de Radio Rebelde Rosario, Anabella Busso, licenciada en Ciencia Política pero también, y sobre todo, con un gran recorrido en estudiar el fenómeno Estados Unidos y su incidencia en Argentina y la región, dejó planteadas las líneas para pensar esta desigual relación carnal a la que intenta volar, aún no sabemos concretamente con qué apertura de puertas, Milei. “El triunfo de Trump y su perfil político ideológico significa, en cierta manera, un empuje, un marco de legitimidad para todos los procesos de ultraderecha que se están dando en Europa y en América Latina, y ahora también en la América Anglosajona con Estados Unidos. Es un marco de fortaleza y legitimidad desde el punto de vista práctico, pero también muy marcadamente desde el punto de vista simbólico”, describe Busso. Y puntualiza, huyendo de homogeneizaciones que no permitan comprender la particularidad de los procesos, que, aunque los modelos de ultraderecha en sus distintas expresiones tengan grandes diferencias entre ellos, Trump es representativo de este sector a nivel de las democracias occidentales y se constituye como referencia concreta a nivel global de un fenómeno que ya tiene sus años pero que en los últimos tiempos ha adquirido peso en el escenario político real: eso que los politólogos llaman derecha alternativa. “La derecha alternativa es la que aportó al trumpismo todo el rol de las redes sociales, el discurso políticamente incorrecto, la agresión al oponente. Plantea una lucha civilizacional en defensa de los valores occidentales y en contra de lo que denominan marxismo cultural; plantean que muchos temas de la agenda internacional de nuestros días sean los temas de género, medioambientales, la justicia social, la distribución de la riqueza, la dimensión migratoria, todos temas heredados de esa agenda y por eso los identifican como temas socialistas o comunistas. En el discurso de Trump, y también de Milei, se impone esta idea de que lo que no me gusta es comunista. Eso implica no sólo descomponer las agencias del Estado que trabajan esos temas, sino también confrontar a los organismos internacionales que los llevan adelante. Así como nos fuimos de la Agenda 2030, del Pacto del Futuro, Trump va en esa misma dirección”.

Hasta ahí llegan las coincidencias a nivel simbólico, con un efecto concreto sobre posicionamientos internacionales y enemigos internos que constituyen: la legalidad de acuerdos alrededor de la necesidad de reconocer la existencia y lo perjudicial del cambio climático –aunque las acciones contra él nunca hayan sido aplicadas con la seriedad que se merecen, ni siquiera por los firmantes de esos acuerdos, y por razones que trascienden a esta nota–; y las distintas formas, aún insuficientes, de reparación desde el Estado hacia sectores estructuralmente atacados, lo que se expresa fundamentalmente por el famoso binomio recurrente en las ciencias sociales de las últimas décadas, raza y género. Sin embargo, “la dimensión económica es bastante distinta, porque Milei es un neoliberal globalista que, además, pretende destruir el Estado desde adentro, mientras que Trump es nacionalista proteccionista. Nosotros no tenemos nada de nacionalismo, y Trump tiene un componente nacionalista muy marcado”, señala Anabella. Y puntualiza: “Entonces, si Trump aplica las políticas que ha anunciado de incremento del proteccionismo a través del establecimiento de aranceles altísimos a las importaciones, obviamente en la competencia con China, eso significa un cerramiento del mercado estadounidense para las exportaciones de América Latina, incluidas las de Argentina. No estoy tan segura de que cuando nosotros tengamos conflictos importantes, como el que tenemos con el biodiesel, por ejemplo, Trump diga «como es Milei, se lo aplico a todos los demás menos a la Argentina»”. 

Pero el derroche de optimismo puede tener otra razón mucho más concreta, según señala Busso: el gobierno de Milei tiene la percepción de que “como Trump asume el 20 de enero y nosotros el 21 tenemos un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, eso se resolvería automáticamente. El error es creer que va pasar lo que pasó con Macri, cuando efectivamente Trump, con el objetivo de que Macri ganara las elecciones y como la economía argentina estaba quebrada, presionó políticamente al Fondo para el famoso acuerdo de los 57 mil millones de dólares que se le otorgó a la Argentina, violando todas las normas del estatuto del FMI y dándonos un crédito muy por encima de la capacidad que tenía la Argentina para pagar. El fondo ya se quemó bastante con este proyecto. Argentina sigue siendo el principal deudor frente al Fondo y hay objetivos distintos. El Fondo, para darnos un nuevo acuerdo, pretende que Argentina devalúe fuertemente su moneda, mientras que el gobierno de Milei no quiere devaluar”. Así, intereses bien concretos se interponen en la fantasía de mutuo disfrute que tiene lugar en la cabeza del representante de todos los argentinos. Habrá que ver hasta qué punto esa relación trasciende la verborragia contra un enemigo ideológico común. 

Corporaciones como Estado

Anabella Busso refiere a un texto del 2001 de Ian Bremmer que señala tres tipos de corporaciones: globalistas, que vienen de la lógica de los noventa y aspiran a la desregulación, para no “limitarles la creatividad y las ganancias”; la segunda, que denomina “campeones nacionales”, refiere a aquellos que para seguir teniendo altos márgenes de ganancia hacen grandes convenios con los “estados matrices, en este caso con el estado norteamericano”, que les permiten hacer negocios abismales; y la tercera, la de los “tecnotópicos, que son aquellas corporaciones tecnológicas que pretenden empezar a cumplir una gran cantidad de las principales funciones que los estados nacionales cumplieron en los últimos 400 años”. Esas últimas empresas están detrás de muchos de los sectores que se encuentran en la llamada derecha alternativa: cuando Milei dice “soy el topo que viene a destruir el Estado desde adentro”, la pregunta que asoma, curiosa, es quién hace lo que hasta ahora venía haciendo el Estado, el cual, como viene señalando Horacio Çaró desde este medio, es un agente fundamental para la reproducción de la tasa de ganancia del mismo orden capitalista que las derechas alternativas idolatran como el mejor de los mundos posibles, y a profundizar. Y la respuesta, que asoma por desenvolvimiento lógico de estos enunciados es “los empresarios”: un sector por el que nadie vota y que juega en pos de intereses propios. Así, Busso presenta preguntas fundamentales: “¿A quién le habla Milei en sus discursos internacionales? En Davos, en el foro del Chao Chao, en el foro de ideas. No le habla a otro estado, a otro presidente. Le habla a los empresarios. Y si uno mira la agenda de viajes de Milei a Estados Unidos, que es el país al que más ha viajado, nunca tuvo un encuentro oficial con la administración Biden, pero en cinco de sus seis viajes tuvo contacto con Elon Musk o con alguna representación de Silicon Valley”.

En la misma línea, Busso señaló que, si bien Trump es el sujeto de la fijación actual de Milei, su esfuerzo estuvo más bien dirigido hacia aquellos sectores empresariales que se condensan en la figura aparentemente omnipotente, y ciertamente omnipresente, de Elon Musk. “Milei ha hecho un esfuerzo enorme por tener contactos con Elon Musk y por eso se ha visto con él varias veces. Musk por ahí dice «Milei es mi amigo y me invita a invertir en la Argentina», pero todavía no lo ha hecho. Ahí hay una idea que está más marcada en Milei que en Trump, la de darle la conducción de la Argentina y caminar hacia un mundo futuro donde el control sería de las grandes corporaciones tecnológicas. Yo sé que suena distópico, pero esto yo lo empecé a enseñar en 2021, y del 2021 al 2024 la concreción de estas ideas ha sido enorme en muchos países”.

Queda por verse el rol concreto que tendrán las corporaciones transnacionales en la puja por las decisiones políticas que definirán la situación próxima de la Argentina, y sus latentes y potenciales resistencias desde proyectos alternativos.

Publicado en el semanario El Eslabón del 09/11/24

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