Leer el tiempo
En una realidad política en la que abundan videntes, monjes negros, tarotistas y gurúes de todo pelaje, resulta aconsejable retomar la simple y aleccionadora costumbre de observar los signos que ofrece la era.
En una realidad política en la que abundan videntes, monjes negros, tarotistas y gurúes de todo pelaje, resulta aconsejable retomar la simple y aleccionadora costumbre de observar los signos que ofrece la era.
Dicen que en política sólo aquellos dirigentes que saben interpretar, decodificar o simplemente leer las señales que brinda cada época pueden conducir los destinos de sus pueblos. Habría que agregar: para bien o para mal.
El vaticinio, la visión de lo por venir, es tan antiguo como la política. Y como insumos de esta última, vienen siendo utilizados desde las más antiguas civilizaciones. El destino de pueblos, ejércitos y gobiernos ha estado signado –durante miles de años– por el color del hígado de un ave, a través de las runas o mediante la voz y los artilugios de magos o augures.
Pero desde siempre, también, y por encima de esas técnicas o artimañas, la agudeza del gobernante al mirar –hasta donde su tiempo se lo permitía– el mundo que lo rodeaba y hacia dónde soplaba el viento de la historia, le permitió decidir un rumbo, orientar su lucha, abordar el futuro.
Como la especie humana es gregaria por imperio de la necesidad, que a menudo se mezcla con su propia naturaleza, las decisiones estratégicas no fueron tomadas por individuos aislados en un palacio de cristal, sino por colectivos –más grandes o más pequeños– integrados por hombres y mujeres que supieron ver.
¿Qué vieron? ¿Qué percibieron en su tiempo? ¿Qué leyeron en él? A menudo fueron grandes movimientos tectónicos en el subsuelo de lo social que no eran detectados por las grandes mayorías, ni tan siquiera por los políticos más astutos. Porque no se trata de astucia. Leer el tiempo que le toca a esos líderes suele estar más vinculado con un instinto especial, como el que las aves desarrollan ante el terremoto o la tormenta que se avecinan.
En el universo conocido están pasando cosas por completo novedosas. Y van a pasar muchas más. En ese mundo ampliado, al menos desde la Argentina, no se observa que alguien esté leyendo el tiempo en que se desarrollan esos cambios revolucionarios.
Lo que parece seguro es que, en estas comarcas, el único espacio político del que puede surgir un pensamiento nacional y estratégico para ese futuro que se empeña en desaparecer para transformarse minuto a minuto en presente es el peronismo.
Leyendo a la Argentina
Industrializar a la Argentina es, desde la irrupción exitosa del primer peronismo –que logró poner al país en rumbo de nación–, reindustrializarla. A cada paso en el sentido de darle curso a un modelo industrial se superpuso y le siguió otro que se propuso desmantelar ese proceso. En este preciso momento de la historia se vive uno de esos retrocesos.
Pero en el marco de esta enloquecedora carrera hacia el desmantelamiento del Estado, hay un punto que el peronismo no puede ni debe soslayar sin riesgo de quedar –por primera vez desde su nacimiento– fuera de la discusión por el futuro.
Por su naturaleza, el peronismo es la fuerza del futuro, el motor de la proyección hacia un lugar en el mundo que se le niega a la Argentina por obvios motivos: sus recursos y su amplitud territorial. Hoy el peronismo sólo relata el pasado. Y ése es un problema, en tanto no surja un pensamiento político que tome esa posta.
El peronismo del siglo XXI ya no puede ser el que forjó las esperanzas cuando Néstor Kirchner hizo su aparición en la escena política. Ese primer envión fue como el cohete que traslada al satélite para ponerlo en órbita. Hoy el peronismo del futuro debe ser ese satélite, que permita orientar –desde una órbita bien alta– el camino al desarrollo en términos nacionales.
Lo que hacen algunos presuntos patriarcas custodios de “La Doctrina” es anclar ese futuro nacional a recetas que no han dado resultado. La proclamada alianza entre el capital y el trabajo se recuesta –en ese anquilosado recetario– en una inexistente burguesía nacional que ha mostrado, en reiteradas ocasiones, su falta total de compromiso con el desarrollo nacional.
Los nombres propios de ese gran capital son conocidos: Techint, Arcor, Acindar, Mercado Libre, Molinos, y otros por el estilo. Más allá de la caracterización de conglomerados “nacionales”, importa su accionar, siempre proclive a la fuga de capitales, opuesto a conformar una alianza estratégica con el movimiento obrero organizado que permita consolidar un proceso industrial sostenido y con equidad, especulativo y carente de un plan de reinversión que incremente las capacidades de cada sector y su inserción en las nuevas tecnologías y tendencias de producción.
¿Hay un modelo para reindustrializar a la Argentina sin que lo comanden los grandes grupos económicos que boicotearon cada intento del campo nacional por ponerlo en juego? Todo indica que sí. Con inteligencia y con suficiente poder acumulado para disciplinar a los Rocca, Pagani y Cía, es posible establecer una nueva matriz, en coordinación con la pequeña y mediana empresa, las micro empresas tecnológicas y el polo científico tecnológico público y privado, al que habrá que aplicar reanimación cardio pulmonar luego de la sistemática destrucción mileísta.
No es sencillo, pero sí posible, de acuerdo a quienes ven una ventana al futuro con los recursos con que ya cuenta la Argentina. Un ejemplo de ello pudo constatarse en una reciente entrevista que el periodista Ari Lijalad realizó para El Destape con un joven empresario nacional, uno de los directivos de LIA Aerospace, una start-up argentina de desarrollo y comercialización de tecnología espacial.
En la sección “Hecho en Argentina”, del programa Habrá Consecuencias, Dan Etenberg, el CEO de la empresa, un joven ingeniero que presentó en vivo los adelantos que han logrado en sus propios motores, que permiten posicionar las órbitas correctas de satélites y el traslado de naves espaciales. Nada menos.
Etenberg es egresado del Instituto Tecnológico de Buenos Aires y su compañía ya ha celebrado un convenio específico con la Universidad Tecnológica Nacional, en el marco del Programa Potenciar Satelital y Aerospacial de la Secretaría de Economía del Conocimiento. La administración Milei, no está de más decirlo, no resulta la más amigable para este tipo de emprendimientos, pero LIA Aerospace no parece amilanarse ante esa perspectiva.
Se trata sólo de un ejemplo de lo que la ciencia y la tecnología nacional son capaces de aportar al desarrollo argentino. Para ello, de todos modos, es preciso crear un entorno apropiado, algo que no parece posible por fuera de un modelo nacional.
Leyendo el mundo
Como decía Juan Perón, “la verdadera política es la política internacional”. Y el modelo de política exterior de su gobierno, en el período 1946-1955, postulaba la Tercera Posición como premisa, antecedente del posterior Movimiento de No Alineados.
Perón de algún modo avizoró, preanunció y propició las ventajas de una polaridad que mantuviera equidistancia entre los dos imperios en disputa en ese momento, el norteamericano y el soviético. Hoy uno de esos polos ya no existe desde hace más de tres décadas. El otro, liderado por los EEUU, pero que incide en un Occidente que sateliza en torno de los designios de Washington, aparece en franca decadencia respecto de una potencia emergente como China y frente a un escenario de búsqueda de la multipolaridad.
Y aquí vale la pena detenerse. Porque la ostensible declinación del imperio occidental, que prevaleció durante todo el siglo XX y el primer cuarto del XXI, no ocurre sólo por desgaste ni por ser derrotado por el surgimiento del nuevo paradigma que encarnan sus actuales rivales. Hay un buen porcentaje de causas endógenas.
Al imperio norteamericano y occidental no lo está venciendo la lucha de clases, el socialismo o un modelo anticapitalista. Están a punto de derrotarlo las corporaciones.
Y las corporaciones funcionan como lo hacen los Aliens que inventaron Ridley Scott y Hans Rudolf Giger: primero pusieron su mano en la cara del capitalismo para ingresar a sus entrañas y desgarrarlo desde adentro. Necesitaban hacerlo para luego salir a un exterior en el que no pueden sobrevivir –y reproducirse– sin aniquilar todo vestigio de vida. Las corporaciones penetraron el cuerpo del Estado capitalista y lo destruyeron desde adentro, alimentándose y creciendo hasta necesitar prescindir de él para desarrollar todo su poder.
La pregunta es quién enfrentará al imperio de las corporaciones. Y la respuesta se encuentra en curso, en desarrollo. En la superficie, pero a la vez con cierto atisbo de profundidad, algunos de los estados desarrollados que han fortalecido su identidad nacional y hoy protagonizan el proceso de multilateralidad o multipolaridad muestran signos de poder meter en caja a las corporaciones.
Por caso, China, Rusia, en parte la India, vienen demostrando que hay un límite posible al poder corporativo occidental. Está por verse si logran impedir que la mano del Alien tome por asalto sus caras, la puerta de acceso al interior de sus organismos. De ello depende, ni más ni menos, que la supervivencia de la especie humana. No es una exageración, mucho menos un enunciado trágico: es, simplemente, una caracterización de lo por venir, un intento de leer el tiempo que nos toca vivir. O morir.
La política argentina, con excepciones, no está leyendo bien al mundo. La Tercera Posición de Perón procuró articular una cosmovisión alternativa a la de su tiempo, y su práctica política mostró que tenía razón. Hoy, en el mundo, la cosmovisión alternativa está configurada por el afianzamiento del Estado nación en un marco de relaciones multilaterales de cooperación en paz, la contracara de la propuesta guerrerista y unipolar que Occidente, con los Estados Unidos y Gran Bretaña a la cabeza, intenta imponer apoyado en la fuerza armada de la OTAN.
Leyendo el universo
Un dato inquietante: en no mucho tiempo vamos a tener fábricas en el espacio, satelizando alrededor de la Tierra, o instaladas en las superficies de la Luna u otros planetas. Dicen algunos especialistas que esas factorías van a producir bienes y servicios más baratos que si se hicieran acá, en el hogar original de la especie humana.
El ya citado Etenberg lo mencionaba con información no menos inquietante: en un futuro cercano, transportar una tonelada de cualquier producto al espacio resultará más barato que hacerlo entre cualquier punto de nuestro planeta.
“Tener la capacidad local, vertical, de desarrollar, implementar y exportar este producto-servicio, es fundamental”, explica el novel empresario, quien de todos modos agrega algo que le otorga dimensión real a toda esta verdadera revolución productiva: “Si mañana surge un tren que va a la Antártida, el pasaje cuesta $5 mil y te lleva en dos horas. Bueno, en lugar de comprarme dos alfajores me voy a la Antártida. Pero llegás, te cagás de frío, no hay dónde ir a tomar un café. Entonces, si no resolvés toda esa logística, en la Antártida van a hacer falta un montón de cosas; energía, materia prima, infraestructura, etc”.
El razonamiento del CEO de LIA Aerospace impresiona hasta la conmoción: “En el espacio pasará lo mismo. Lo que antes costaba 50 mil dólares por cada kilo que mandabas al espacio en un transbordador espacial Elon Musk lo va a bajar a 50 dólares por kilo. Esto va a hacer que sea más barato mandar un contenedor lleno de paneles solares al espacio que de un país a otro”.
“El punto de quiebre de la economía del espacio va a pasar, y va a pasar pronto. Y será mucho más fuerte que la aparición del ferrocarril en la economía humana”, indica Etenberg. Y se entusiasma con la idea de que en algún momento los paneles solares que se envíen al espacio reemplacen la energía que producen las centrales nucleares, con un impacto ambiental positivo.
Claro que no todo es tan mágico si depende del desarrollo que se proponga un multibillonario como Musk. El ingeniero argentino no lo dice, pero la intervención del Estado en ese futuro espacial será fundamental para que no sea utilizado como plataforma para extender los dominios imperiales al resto del Universo.
Esa batalla ya se está dando, aunque en forma menos espectacular. Y uno de los casos emblemáticos es la intervención del Tribunal Supremo de Justicia de Brasil en las actividades de la red X, propiedad de Elon Musk.
El viernes 30 de agosto pasado, el juez brasileño Alexandre de Moraes ordenó la suspensión de la red social X en ese país, luego de que Musk decidiera no cumplir la orden de nombrar, en un plazo de 24 horas, un representante legal de esa plataforma en Brasil.
La historia es para seguirla, porque tiene implicancias globales, pero se hace necesario conocer la génesis del conflicto porque, antes del episodio judicial, pasaron cosas.
En abril de este año, la red X denunció que había sido forzada a “bloquear determinadas cuentas populares en Brasil” por decisión judicial. Musk advirtió que “levantaría todas las restricciones impuestas por la Justicia pese a las posibles consecuencias como una forma de luchar contra la censura”, indicó el diario Página 12 un día después de los sucesos.
La presunción de la Justicia brasileña es que la red X había sido determinante en los acontecimientos que llevaron al intento de golpe institucional por parte del ex presidente Jair Bolsonaro, quien habría usado un dispositivo de trolls y bots para incitar a miles de manifestantes a marchar hacia el Congreso brasileño para impedir que el mandatario electo, Luiz Inacio Lula Da Silva pudiera asumir.
Ante las bravuconadas de Musk, el juez De Moraes, en su dictamen, manifestó: “La flagrante conducta de obstrucción a la Justicia brasileña, la incitación al crimen, la amenaza pública de desobediencia a las órdenes judiciales y la negativa de la plataforma a cooperar son hechos que le faltan al respeto a la soberanía de Brasil y que refuerzan la conexión de las actividades de la plataforma X con las prácticas ilícitas investigadas”
En la misma línea, la diputada brasileña Gleisi Hoffmann, presidenta del Partido de los Trabajadores (PT), la fuerza liderada por Lula, acusó al magnate de amenazar la democracia en Brasil por sus ataques a la Justicia, e indicó que con los sucesivos ataques a la Justicia y al Tribunal Electoral, Musk “amenaza directamente el Estado de derecho democrático y las instituciones en nuestro país”.
El propio Lula sostuvo, durante una entrevista radial, que el dueño de X debía acatar las decisiones de la Corte Suprema: “Cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo que tenga inversiones en Brasil está subordinado a la Constitución y a las leyes brasileñas”.
Es más, tras la decisión del mega millonario de negarse a cumplir esas órdenes, el magistrado llegó a plantear la posibilidad de encarcelar a los representantes legales de la empresa. La respuesta de Musk no pudo ser más arrogante: “Este tipo es un criminal de la peor calaña, que se hace pasar por juez (…) Es el dictador de Brasil y Lula es su perrito faldero”.
El principal accionista de Tesla y Space X publicó una sucesión de mensajes en los que comparó a De Moraes con los villanos de las sagas de Harry Potter y Star Wars.
De Moraes ordenó al empresario que nombrara un representante legal en Brasil en un plazo de 24 horas, para cumplir con la resoluciones judiciales y hacer frente al pago de las multas impuestas contra X en el país. Musk se negó y acusó al magistrado de haber bloqueado las cuentas bancarias de otra de sus empresas, la compañía de venta de internet por satélite Starlink, para garantizar el pago.
El mega empresario, además, replicó con el cierre de la oficina en Brasil. Hoy X ya no opera en el país vecino.
Esta batalla, que se complementa con la detención en Francia del CEO de Telegram, Pavel Durov, y las serias advertencias de la Unión Europea a la red Tik Tok, muestra que los estados de diferentes países, han decidido confrontar y controlar la actividad de las high techs, como se denomina a las compañías que se encuentran detrás de las principales redes sociales.
Esa disputa es más profunda, puesto que el principal desafío al modelo de Estado nación lo vienen llevando adelante las mega corporaciones financieras, que pretenden tener el dominio absoluto –mediante la desregulación total del flujo de capitales– de las finanzas y las políticas económicas.
China, Rusia, sus socios del Brics y otras naciones, vienen trabajando en sintonía para frenar ese impulso. La desdolarización de las transacciones comerciales entre esos países es la punta de un ovillo que enloquece a Washington y sus aliados europeos. La Argentina, de la mano de una clase dirigente políticamente lobotomizada, sostiene a Milei, que toca la partitura que le acercan los especialistas en una timba que puede poner al mundo al borde del colapso.
Publicado en el semanario El Eslabón del 14/09/24
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