Sopla un viento

Yo no sé, no. A eso de las 11 de la mañana Manuel vio la primera chapa. Era de zinc, nueva, y quedó clavada justo en la mitad de la cancha. Había sido una noche de mucho frío y fuertes vientos. El Manu fue el primero que se animó a salir esa mañana, un poco por necesidad, porque tenía que comprar pan, papas y un kilo de Caracú para el puchero. Así que apenas aflojó el frío, arrancó para el lado de Biedma, por Crespo. Aparecieron dos chapas. Una estaba sobre una zanja a metros de Iriondo. Pichicua (Alfredito) dijo que cerca del fondo de la vía, durante esa mañana, vio pasar por lo menos a tres y que de esas sólo dos aparecieron clavadas cerca del callejón. El Pichi sospechaba que los que vivían cerca aprovecharon la volada y se la hicieron.

Cerca de la entrada del tambo de Tito apareció un gran chapón recostado sobre el alambrado de púas. El chapón tenía la imagen medio borrosa de la cabeza de un hombre y se podía leer “Que nada te despeine. Usá fijador Glostora!” Tiguín, que era medio pelo duro, dijo que de seguir este viento necesito un frasco de ese tamaño. Lo dijo apuntando al frasco, la imagen gigante de una Glostora que también estaba en ese chapón.

Isabel y Graciela vieron cruzar todo barrio Acindar una muy oscura. Ganada por un gris ceniza, les pareció que de las dos chapas se desprendía un olorcito a churrasco. La Laura vio una chapa con unas letras que decían “Aquí, próximamente”. Carlos, cuando la vio, dijo que era del parquecito de diversiones que estaba en barrio Triángulo.

Ricardo se pegó una disparada al ranchito de chapas que estaba pegado al primer puente de la Vía Honda –y donde veía unos viejitos que siempre hacían tortas asadas– a preguntar cómo los trató la tormenta. Don Terencio, un vecino de los viejos, le dijo que todas las casillas resistieron bien, que las chapas estaban bien clavadas. José vio cómo cerca del cañaveral aterrizaban como seis chapas.

Para la tarde del viernes la bola que una banda de chapas eligió nuestro barrio como lugar donde clavarse. La noticia llegó hasta los barrios San Francisquito, Carlos Casado y hasta Jorge Cura, lo que hizo que una gran cantidad de vecinos recorriera el sábado nuestras calles, preguntando por las chapas.

Pií fue hasta el corralón que estaba por Lagos para preguntar el precio de las chapas. Las nuevas y las usadas. En el corralón le dijeron que por las tormentas y el alza del zinc, el precio de las chapas estaba por las nubes. El sábado por la noche volvieron los fuertes vientos. Está vez, a veces soplaban para un lado a veces para otro. El domingo sobre las 12, el día estaba tranqui. Y a pesar del fuerte viento, esta vez nadie encontró chapa alguna. Es más: unas que habíamos juntado y estaban entre unos zapallos salvajes en un baldío cerca de lo de Pedro, ya no estaban. Sólo la chapa nueva que apareció clavada en la mitad de la cancha estaba ahí. Juancalito aprovechó y le dijo al Huguito que si quería jugar de 5 tenía que clavarse como esa chapa.

Para la tarde del domingo estábamos haciendo un fuego sobre una chapa que decía “Aquí próximamente” y al rato estábamos disfrutando del olor al churrasco que Pií compró con el dinero de un par de chapas que vendió en el corralón de Lagos.

Publicado en el semanario El Eslabón del 31/05/25

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