Trepando muros
La presentación de Semilleros –sobre los inicios de los campeones del mundo en sus clubes de barrio– y de Bielsa para chicos y chicas, disparó diálogos y preguntas entre el público infantil durante la Feria del Libro Rosario.
La presentación de los libros Semilleros –sobre los inicios de los campeones del mundo en sus clubes de barrio– y de Bielsa para chicos y chicas, disparó diálogos y preguntas entre el público infantil durante la última Feria del Libro Rosario.
Plaza Montenegro. Cultural Fontanarrosa. Muchas personas ingresan y se detienen a escuchar Radio Universidad que emite desde su estudio móvil. Otras se sientan en las escalinatas o se acercan para contemplar la estatua del Negro Fontanarrosa que vigila el evento desde la mesa de un bar imaginario. Entre las voces se distinguen algunas tonadas rosarinas y otras de zonas aledañas. Cuatro adolescentes ensayan una coreografía con sillas y al ritmo del reggaeton. Utilizan los vidrios espejados del edificio para coordinar los pasos. Las pibas, la radio, la estatua del Negro, las personas moviéndose, componen un espectáculo en sí mismo.
Un grupo de hombres vestidos de negro acomodan unas vallas, también negras. Caminan, hablan por teléfono, discuten la disposición. Esa noche, Los Palmeras presentarán su libro y el despliegue los deschava: las probabilidades de que también toquen en vivo pican en punta. Rosario se prepara. De las manos de una payasa zancuda emergen un montón de burbujas gigantes. Los chicos se pelean por llegar primeros y explotarlas. Cierran los ojos y se ríen. El agüita que despiden al estallar les refresca el rostro.
Es un día precioso. Se aproxima la primavera. Los amarillos, verdes y ocres de los árboles, reflejados al sol, se impregnan de colores nuevos, mucho más vivos. Parecería que el sol los enciende, les inventa un brillo, los envuelve, los “tornasolea”. Es un hecho: el calor trae un poco de alegría en un contexto político y económico muy desfavorable.
La Feria del Libro es un evento internacional. Se lleva a cabo en uno de los Centros Culturales de la ciudad de Rosario que, muchos años antes, fue bautizado por Carlos Del Frade como: “El centro cultural de ingrato nombre” (se llamaba Bernardino Rivadavia). La insistencia y una serie de políticas públicas hizo que por fin se haga justicia y pase a llamarse “Cultural Fontanarrosa”. Y el cambio, por supuesto, también alegra.
En el sector infantil hay libros dispuestos sobre las paredes. También elementos de escalada para que los chicos suban, se eleven, alcancen otras perspectivas. Entre ambos escenarios, una certeza: libros y niñeces trepan muros (pero no los derriban). En ese lugar están pasando cosas.
Es el turno de la presentación de un libro de poesía. La payasa Cuchara despliega un montón de firuletes con su pollera de tiras brillantes. Los chicos y las chicas se arriman, le preguntan cosas, le tironean de la ropa. Ella les responde palabras inventadas, rimbombantes. Todos se ríen a carcajadas.
Una de las presentadoras porta una caja llena de Semilleros. De libros, sí. Pero de muchas otras cosas. Es que es imposible que esa caja no contenga, también, los materiales que permitieron que esa tarde, en esa feria, tres mujeres: Julia Moscatelli, Nadia Fink y quien escribe estas líneas, se encuentren, se abracen, se pongan de acuerdo en unos pocos minutos y comiencen la presentación.
Semilleros es un libro que une y enorgullece a quienes formamos parte del proyecto desde cada rincón del país. Realizado en la misma proporción por mujeres y varones, Semilleros hace rato anda explorando hacia dónde más puede extender sus brotes. Con el sostén y los cuidados necesarios, difícil anticipar los devenires del crecimiento.
Bielsa y Semilleros comparten un suelo común: realzar los inicios, los primeros movimientos. También los espacios. Esos que ofrecieron las condiciones para enraizar. Y no olvidarlos nunca.
Bielsa y Semilleros. Semilleros y Bielsa. Movimientos en espiral.
Nos sentamos las tres. Colocamos los libros en la mesa y preparamos los micrófonos. Hay pibitas y pibitos muy chiquitos con sus padres y madres, recostados en almohadones. También hay otros más grandes que toman la primera fila y se disponen a escuchar, casi como si las tres fueran maestras de escuela que van a enseñarles alguna cosa.
Empieza Nadia con una pregunta: ¿Saben quién es Marcelo Bielsa?
Los pibes y las pibas se miran, afirman con la cabeza, algunos se paran y dicen que sí, que saben. Nadia cuenta, relata, invita a pensar a Bielsa en su infancia, en su crecimiento, en las cosas que aprendió de chico, en sus valores.
Afirma que para Bielsa, ganar o ser famoso no es lo más importante. Que hay otras cosas que necesitamos aprender. Los chicos escuchan, miran con atención, piensan. Una de ellas es no olvidarse nunca de los orígenes: las niñeces y las juventudes desde las categorías inferiores.
Nadia convida, también, algunas anécdotas. Ocurre que ese señor que aparece dibujado en la tapa del libro, reconocido mundialmente, con sus lentes y esa expresión de “loco lindo”, atesora, todavía, algunos rasgos de aquella infancia rosarina. Y claro, entre niños se entienden y se reconocen. A Bielsa de chiquito no le gustaba ir a la escuela. Mucho menos que lo mandaran a dormir la siesta. Tampoco que la Nona Marina dijera, cuando se despertaba refunfuñando y con la cara larga hasta el piso, que “se levantaba con la luna”.
Alguna vez, un profesor que fue co-formador de Bielsa cuando estudiaba Educación Física, contó que en sus prácticas, el futuro profe traía una hoja con la planificación de la clase paso a paso, punto por punto. Bielsa tendría casi veinte años y ya se perfilaba concienzudo y detallista. Contó que miraba la hoja y después al grupo. Caminaba alrededor todo el tiempo, paraba, se rascaba la cabeza, pensaba y daba una consigna. Después volvía a mirar la hoja, al grupo, y así. Imparable.
El micrófono se desplaza hacia la otra punta de la mesa y la autora de esta crónica convida una nueva pregunta: ¿Alguien sabe qué es una semilla? Una síntesis fundamental de Semilleros emerge de la tribuna: Es una partecita del fruto. Si la plantás y la cuidás, crece.
Parece que es tiempo de tomar nota, sobre todo, de las ideas que insisten: niñeces y libros continúan trepando muros. (Y ojo que trepar no es derribar).
Los jugadores de la Selección también fueron semilla. Y necesitaron un lugar donde echar raíces. Las distintas localizaciones del país hicieron que esas historias sean muchas, diversas, cada una con sus particularidades y sus matices. Sin embargo, hay algo que en todas ellas se repite: los clubes de barrio, la vereda, el entorno.
En el caso de Fideo, el club Torito, cerca de su casa, fue su patio grande. Como era muy inquieto, su mamá, preocupada, consultó con un pediatra: “llévelo a hacer algún deporte, llévelo a fútbol”, cuentan que le contestó. Tierra, pozos, cascotes, el profe Rubén y un montón de amigos del barrio. La semilla nunca está sola en la tierra. Se despereza, se mueve, arma su rinconcito con otros y otras, se prepara.
Es el turno de Messi: ese pibito que parece de otra galaxia, pero que nació y creció en la vereda del Grandoli. “De otra galaxia y de mi barrio”, enfatiza Julia. Según una de sus vecinas, Mavi Leone, a Messi le decían Piqui y en los recreos jugaba al “pan y queso” para elegir a los compañeros. Entre los presentes se arma un pequeño intercambio: muchos no conocen el juego. Nadia se pone de pie y, micrófono en mano, explica el mecanismo apoyando un pie detrás de otro, al ritmo de pan, queso, pan, queso. Los niños miran con atención y toman la palabra: “Ahora no se hace así. Cuando se arman los equipos, el capitán elige a los jugadores”.
Julia, atenta, invita con una pregunta: “¿No les parece que igual, sea como sea que se eligen los compañeros, todos necesitamos de todos? No alcanza sólo con un capitán o con un goleador, ¿no es cierto?”. Los chicos se miran entre sí y afirman con la cabeza.
Julia relata, también, que el hermano de Lio jugaba en el Grandoli y que él siempre quería meterse en el partido pero, como era muy chiquito, no lo dejaban. Hasta que un día su abuela intervino, le permitieron probar y el Piqui, esa Pulga en pleno desarrollo, no paró de meter goles. Y desde ese día se destacó.
Continúa la charla y el intercambio con los pibes: ¿Qué hicieron en el momento de los penales?. “Yo estaba tan nervioso que me tuve que ir a meter a la pileta. No lo podía mirar” , cuenta uno de los niños, apasionado. Como despedida, Julia pregunta a los presentes si conocen cómo fue que Messi decidió retornar a la Selección Argentina. Muchos no lo recuerdan pero la Pulga volvió a jugar en la Selección gracias a las infancias. Las ideas, como las semillas, se mueven, insisten, se preparan para crecer: Niñeces y libros trepan muros, pero no los derriban…
¿Será que es una manera más sencilla de acercarse a esas paredes, explorar sus superficies, comprender los materiales que la componen y proponer algunos movimientos que armen un huequito para atravesarlos?
¿Se parecerá a ese movimiento chiquito que una semilla despliega cuando empieza a brotar y crear espacio en la tierra?
Publicado en el semanario El Eslabón del 09/11/24
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