Tres empanadas

Yo no sé, no. Manuel apareció como a las dos de la tarde, en la esquina donde estábamos reunidos. Venía con dos bolsas y media de arpillera llenas de cebolla de verdeo. “Es para el relleno”, nos dijo cuando le preguntamos qué traía. El Manu se había ido temprano, por la vía, hasta una quinta que vendía esa cebolla más o menos a buen precio. Por esos días, en las verdulerías del barrio te arrancaban la cabeza con el precio de las verduras para el relleno. Por la tarde, el Manu pensaba ofrecerlas casa por casa, especialmente donde la cocción de empanadas (fritas y al horno) venía de lo lindo.

Carlos comentó que había un torneo en barrio Plata y que estábamos invitados. Dijo que estaría bueno ir todos los que pudiéramos, pero que el equipo, según como venga la mano, debía ir cambiando de “relleno”. A veces hay que ser dulces (en el trato con la pelo) y otras, picantes en las marcas.

Tiguín había pasado dos días limpiando los motores de sus motos. “Si no se me va el olor a kerosene que tengo en las manos –decía–, ni me voy a enterar qué gusto tienen las empanadas… ni las del 25 de mayo ni las del 20 de junio”. José, mientras tanto, se estaba conversando a Doña María para que le diga el secreto del relleno de empanadas de taruchas. Tamba, por su parte, quería convencer a Juancalito de agarrar una changa a medias: rellenar con tierra negra un par de terrenos inundables por Cafferata. “Hay buena plata –decía–. Con un par de carretillas, ese relleno es una papa”.

Graciela traía la data de que por 24 antes de San Nicolás, unos vagos iban a hacer una juntada el sábado por la noche. Decía que eran del palo del rock, pero tenían pocos discos. “Así que les caemos y les metemos cumbia de relleno hasta que salga el sol”. Raúl, que ya trabajaba en una carnicería, al escuchar el debate sobre si el relleno debía ser dulce o salado, tiró: “Lo que ya está picante es el precio de la pulpa común ¡Y la especial, ni te cuento!”

Pii y Ricardo cayeron como a las ocho del sábado a la cancha del Cilindro, donde teníamos que jugar contra unos de Carlos Casado. Ricardo nos contó: “Justo cuando salíamos anoche del Olímpico pasó la cana haciendo razia. Como tenían lugar, nos levantaron. Como chirolitos fuimos relleno para el camión del Ejército”. Pedro, viendo que Ricardo no estaba para jugar, le habló a Pichi (Pichicua) para ver si podía entrar en el medio. Aunque Pichi jugaba para los del fondo, Pedro le dijo: “Pichi, tranqui… jugá tranqui, que te necesitamos como relleno en el medio”. Ya a los 20 minutos, el partido se había puesto picante, sobre todo cuando la redonda pasaba por el medio.

El domingo pasado, al mediodía, a instancia del chiflido del Huguito, nos juntamos cerca de los eucaliptos a comer empanadas. Las trajeron los que habían agarrado la changa de rellenar terrenos. A la tercera empanada y el segundo vaso de vino, Isabel dijo: “No se tienen que distraer con lo que lleva el relleno. Eso arrastra la marca. Lo que tiene que llevar el relleno es pulpa, mucha pulpa, y que esté al alcance de todos”.

Manuel espiaba el relleno de cada empanada que abría, asegurándose de no morder papa alguna. La pequeña Susi se acomodaba la remera para que se le marcara un buen relleno. La Graciela, que todavía seguía re pila por la juntada de la noche anterior, cuando abrió la tercera empanada empezó a morder los pies, como queriendo que el relleno empiece a tener sabor a cumbia.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/06/25

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