“El avance del fascismo demanda una escuela que enseñe a convivir”
La afirmación es del catedrático español Miguel Angel Santos Guerra. Estará esta semana en Rosario, Venado Tuerto y Santa Fe compartiendo una serie de jornadas educativas con docentes de la provincia.
Miguel Angel Santos Guerra es catedrático emérito de la Universidad de Málaga, un reconocido especialista en formación docente, autor de más de 80 libros y un viajero del mundo, conocedor de distintas realidades en las que la escuela hace su trabajo. De esa experiencia asegura que hoy le preocupa el avance de la cultura neoliberal y del fascismo, lo que demanda “una escuela que enseñe a pensar y a convivir”.
El profesor Santos Guerra ha ejercido la docencia por más de 50 años, es Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Villa Mercedes (San Luis) y por la Universidad de Oviedo (España). También es Padrino Pedagógico de diez escuelas argentinas, entre ellas varias de la provincia de Santa Fe.
El educador estará esta semana que se inicia en la provincia compartiendo una serie de jornadas educativas. La primera será sobre La escuela que aprende, en la Escuela Normal N° 1 (Entre Ríos 1190), de Rosario, el miércoles 11 de junio, a las 18. La siguiente, Elogio a la profesión docente, el jueves 12, a las 18.20, en el Instituto Superior N°7 (Estrugamou 250) de Venado Tuerto. El viernes 12, el encuentro será sobre La innovación en el aula y en la escuela, a las 18, en el Auditorio Central Ecea (Luciano Molinas 2242) de la ciudad de Santa Fe.
Las jornadas son organizadas por Homo Sapiens Ediciones y las diferentes instituciones convocantes. Se entregan certificados (decreto 3029). Para más datos: [email protected]

Aprendizajes para la escuela y la vida
Para Santos Guerra no hay dudas: la profesión docente requiere de las mejores personas, de aquellas capaces de llegar a la mente y el corazón de los seres humanos. Un objetivo para abrazar en tiempos -como describe- en los que el individualismo se mete en cada rincón de la sociedad, impera el mercado y el desafío es educar en la solidaridad y la cooperación.
—Siempre que se piensa en aprendizajes se habla de niñas, niños, estudiantes o docentes. No tan así de la escuela ¿Qué es lo más valioso que tiene para aprender la escuela?
—En el año 2017, el sociólogo español Mariano Fernández Enguita publicó en la Editorial Morata un libro titulado Más escuela y menos aula. En el libro, el autor hace hincapié en la dimensión colegiada del proyecto de la escuela. He dicho alguna vez que no hay niño que se resista a diez profesores que estén de acuerdo. Es la institución la que hace el proyecto educativo planteando los objetivos que todo el equipo ha de buscar a través de la acción colegiada. Lo cual exige mecanismos de coordinación de todos los miembros que integran la escuela. La escuela se propone formar personas críticas, solidarias, inclusivas, comprometidas, emprendedoras, feministas, cooperativas, democráticas… Y todos los miembros de la comunidad educativa, incluidas las familias, de forma coordinada, trabajan por alcanzar esos objetivos. Este planteamiento exige que la escuela analice las dinámicas que pone en marcha para saber si se están consiguiendo los objetivos propuestos. No hay viento favorable para un barco que va a la deriva. Dicho de manera más lapidaria: no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada. Hay muchos aprendizajes que están vinculados al currículum oculto de la escuela. Son aprendizajes subrepticios, persistentes y omnímodos. Y por eso son muy importantes. El análisis tiene dos componentes: uno de comprobación que consiste en preguntarse si se han conseguido los objetivos pretendidos y otro de atribución que consiste en preguntarse, en caso de que no se hayan conseguido, a qué se atribuye el fracaso. Para poder mejorar el trabajo de la escuela es preciso poner en tela de juicio la práctica. En mi libro La escuela que aprende planteo algunas ideas al respecto. Y abro el libro con una fábula de Augusto Monterroso tomada de su libro La oveja negra y otras fábulas.
—¿Qué dice esa fábula?
—Dice así: “Un día de los más calurosos del invierno, el director de la escuela entró sorpresivamente al aula en la que el grillo maestro estaba dando a los grillitos una clase sobre el arte de cantar. Entró en el momento de la exposición en la que el grillo le estaba diciendo a los grillitos que la voz del grillo es la más hermosa entre todas las voces ya que se produce mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto los pájaros cantan tan mal porque se empeñan en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el director de la escuela, que era muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró muy satisfecho de que en la escuela todo siguiera como en sus tiempos”. ¿Cuándo se enterará el director que todo está basado en una falsedad si tiene como único criterio de bondad la instalación en la rutina? ¿Cuándo se dará cuenta el grillo de que lo que dice es un error si nunca se lo cuestiona? En mi libro Hacer visible lo cotidiano. Teoría y práctica de la evaluación cualitativa de centros escolares propuse la manera de hacer esta revisión de forma rigurosa y eficaz. Las escuelas deberían tener en el frontis de su edificio un lema que leí en la entrada de una Universidad de Guadalajara (México): “Aquí tenemos que formar no a los mejores del mundo sino a los mejores para el mundo”.
—¿Qué se espera de la escuela y del trabajo en el aula cada vez que se habla de innovación educativa?
—La innovación encierra una cierta insatisfacción con lo que se está haciendo. Si entendemos que nada puede o tiene que mejorar, lo más lógico es que sigamos haciendo lo mismo de la misma manera. Por eso es tan importante hacerse preguntas, poner en tela de juicio las prácticas. La duda es un estado incómodo, la certeza es un estado ridículo. No tenemos que confundir pereza de pensamiento con firmes convicciones. Por otra parte, la innovación conlleva la idea de la mejora, no solo de cambio. Digo esto porque no todos los cambios son mejoras. La innovación se basa en el planteamiento optimista de que las prácticas pueden mejorar. El optimismo es consustancial a la educación porque la educación (que no es mera instrucción) es un proceso que se basa en un principio indiscutible: el ser humano puede aprender, el ser humano puede mejorar. La innovación puede hacerse en la escuela, en un aula o en varias aulas. Y puede referirse a todas las dimensiones de la práctica: a los contenidos, a la metodología, a la evaluación, a la convivencia, a la relación con las familias…Creo que es muy importante que los profesores y las profesoras pongan por escrito las innovaciones que llevan a cabo. Porque el pensamiento caótico y errático que tenemos sobre lo que hacemos, al escribir nos vemos obligados a estructurarlo, a argumentarlo, a explicarlo… Y eso nos ayuda a comprender. La escritura tiene otro beneficio importante: otros leen lo escrito y allí encuentran ideas que pueden llevar a la práctica y motivos que pueden alimentar su optimismo.

—Malos salarios, más demandas de tareas a la escuela y al magisterio, poco reconocimiento social, algunas de las razones que llevan a que cada vez menos jóvenes elijan ser docentes ¿Por qué debieran elegir el oficio de la enseñanza?
—Porque la educación es la tarea más hermosa, más difícil y más importante que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y el corazón de los niños, de las niñas y de los jóvenes. La historia de la humanidad, dice Herbert Wells, es una larga carrera entre la educación y la catástrofe. Quienes se dedican a esta tarea consiguen alejar del mundo la barbarie. En mi libro El Arca de Noé. La escuela salva del diluvio, explico cómo esta institución es la única que nos puede salvar del diluvio de la ignorancia, de la desigualdad, de la injusticia y de la insolidaridad. Los jóvenes pueden elegir este oficio porque, como dice Rubem Alves en su libro La alegría de enseñar, lleva consigo una consecuencia magnífica: ”Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna manera seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra… Por eso el profesor nunca muere”. En mi libro Las emociones de la profesión docente hablo de las maravillosas recompensas que ofrece esta profesión. Creo que las sementeras de la educación producen cosechas de gratitud, de afecto y de reconocimiento. Enseñar no es solo una forma de ganarse la vida; es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros. Daniel Pennac, en su libro Mal de escuela, dice algo muy hermoso: “A mí me salvaron la vida tres profesores que tenían una característica común: nunca soltaban a su presa”. Observemos que dice que le salvaron la vida, no una asignatura o un curso. Como dices en la pregunta, es cierto que deberían mejorar las condiciones en las que se ejerce en algunos países este oficio, dada su importancia, su belleza y su dificultad. Por eso deberían dedicarse a la enseñanza las mejores personas del país.
—Como educador, investigador, pero sobre todo como un maestro viajero del mundo que reconoce diferentes realidades donde se enseña y aprende ¿Qué problema relacionado a la educación le preocupa más hoy?
—Me preocupan mucho los tiempos que corremos. Porque la cultura neoliberal contradice todos los presupuestos de la educación: individualismo, competitividad, obsesión por la eficacia, olvido de los desfavorecidos, privatización de bienes y servicios, capitalismo salvaje, imperio de las leyes del mercado, relativismo moral… Ese hecho exige que las escuelas tengan que ser hoy instituciones contrahegemónicas, que van contracorriente y los profesionales que trabajan en ellas tienen que ir también contra esta avalancha de criterios perversos. Es cierto que es más fácil dejarse arrastrar que ir en contra de la corriente, pero no deberíamos olvidar que la corriente solo arrastra a los peces muertos. La cultura digital exige que manejemos criterios para saber si el conocimiento que se nos ofrece a raudales es riguroso o está adulterado por intereses religiosos, políticos y económicos. Y también exige que utilicemos criterios morales para manejar nuestras relaciones que se producen muchas veces bajo máscaras. El avance del fascismo está planteando unos desafíos a la ciudadanía que exigen pensar y actuar. Todo ello demanda una escuela que sea antifascista, inclusiva, feminista, cooperativa, solidaria, crítica, democrática… Una escuela que enseñe a pensar y a convivir. Cuando Donald Trump fue elegido por primera vez como presidente de los EEUU el Director del periódico en el que escribo cada sábado desde hace más de veinte años me pidió un artículo sobre las elecciones americanas. Titulé mi artículo: El problema no es Donald Trump. Decía en él que el primer problema no era que se presentase a las elecciones un personaje tan siniestro sino que tuviera tantos millones de votantes. El segundo problema era el siguiente: ¿qué aprendieron en la escuela esos votantes?, ¿aprendieron a pensar y a convivir? Las dos preguntas se han hecho más inquietantes después de la segunda elección. ¿Vamos por buen camino?
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