El gran ausente: la incógnita que marca el rumbo hacia octubre
Las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires marcaron una instancia intermedia de cara a octubre. La victoria de Manuel Adorni confirma un panorama electoral que ya anticipaban los primeros resultados en distintas provincias del interior: el ausentismo como principal protagonista. Un ganador en las sombras, pasivo y discreto, pero que se perfila como …
Las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires marcaron una instancia intermedia de cara a octubre.
La victoria de Manuel Adorni confirma un panorama electoral que ya anticipaban los primeros resultados en distintas provincias del interior: el ausentismo como principal protagonista. Un ganador en las sombras, pasivo y discreto, pero que se perfila como una incógnita clave para las próximas elecciones de medio término.
El interludio electoral se abrió tras el último 18 de mayo. Los resultados de las elecciones desdobladas en diversos puntos del país indican un avance en la gobernabilidad de La Libertad Avanza, un importante declive del peronismo y la inminente disolución de la coalición Juntos por el Cambio. Estas primeras señales políticas se inscriben en un registro de participación históricamente bajo en comicios democráticos. En líneas generales, se confirma la tendencia descendente de la participación electoral en Chaco, Santa Fe, Jujuy, San Luis y la Ciudad de Buenos Aires. Son manifestaciones de los votantes hacia el arco político, expresadas en silencio, en un descreimiento cada vez más extendido. La incógnita ahora es si esa ausencia latente persistirá como forma de expresión en octubre.
En resumidas cuentas, el oficialismo logró triunfos relativos en contadas provincias. Puede adjudicarse algunas coaliciones locales que resultaron victoriosas, capitalizar derrumbes ajenos que lo posicionan en los primeros planos de las listas electorales y atribuirse protagonismo en ese sentido; también, conformarse con la preservación del voto radical y del voto PRO, cercanos a su alianza. La contienda más significativa fue la del exvocero presidencial, quien se impuso contra todos los pronósticos de las encuestadoras.
En cuanto a la oposición, lo que queda son las cenizas del cimbronazo que provocó Javier Milei en 2023. Apenas han ofrecido migajas al electorado, lo que evidencia la profunda crisis de representación que atraviesan. En este hundimiento se encuentra, fundamentalmente, el peronismo. Las respuestas al gobierno surgieron por fuera de las estructuras partidarias: las marchas universitarias, la del Día del Trabajador junto al movimiento LGBT, e incluso —en estas últimas horas— resultan más atendibles fenómenos como el de Lali o las empanadas de Darín. Estas disidencias políticas, ya sean verbales o expresadas de forma más palpable en las calles, apenas se ven reflejadas en los magros números del peronismo, inclusive la izquierda.
Según el mapa electoral, el descontento no se traduce en votos. Y no es patrimonio exclusivo de la oposición.
La extendida ausencia de la mitad del electorado expresa una indiferencia notable, inédita en la estadística democrática argentina. Se trata de un repudio más solapado que frontal al sistema político en su conjunto, que no recae sobre un único espacio, sino que abarca a toda la dirigencia.
De los fracasos consecutivos del kirchnerismo y el macrismo, Milei ha sabido usufructuar. Desde ahí emerge su fortaleza: aprovechar el vacío como herramienta de maniobra política. Ese es el piso desde el que ejecuta su programa económico y desde donde proyecta, en lo inmediato, su centralidad en una alianza con un Juntos por el Cambio debilitado, al que no le quedará otra que aceptar los términos del nuevo orden como gran derrotado.
Sin embargo, no todo es ganancia para el libertarismo. En términos absolutos, su principal figura apenas roza el 15% del electorado en la Ciudad de Buenos Aires. No hay grandes manifestaciones populares que lo respalden en las calles, y su arquitectura política se sostiene, por ahora, en torno al famoso “círculo de hierro”. El ausentismo refleja una reticencia hacia el rumbo económico, aunque paradójicamente le permite llevarlo adelante. Así, la política argentina atraviesa un proceso de degradación profunda, con niveles de participación extremadamente bajos. Pero lejos de constituirse en una debilidad, esta abstención se convierte en la fortaleza de un gobierno que precisamente nació en ese mismo desencanto.
En su último acto del 25 de mayo, Cristina Fernández aludió a esta realidad del ausentismo electoral y llamó a su militancia a interpelar a los sectores descontentos que marcaron la escena. La gran incógnita es qué rumbo tomará esa masa electoral silenciosa: si persistirá en su pasividad en los comicios de octubre, o si emergerá una referencia capaz de convocarla.
Lo cierto es que hoy, la política argentina es una anfitriona que no logra convocar a la mitad de sus invitados.
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