Tres agujas
Yo no sé, no. “La corta, la hora. La larga, los minutos”, repetía Manuel todo el día. La seño les había enseñado la hora en los relojes con agujas. A Manuel, aparte de los relojes pulsera, le gustaban los relojes públicos, como a casi todos, y nos preguntó cuáles eran los que más nos gustaban. …
Yo no sé, no. “La corta, la hora. La larga, los minutos”, repetía Manuel todo el día. La seño les había enseñado la hora en los relojes con agujas. A Manuel, aparte de los relojes pulsera, le gustaban los relojes públicos, como a casi todos, y nos preguntó cuáles eran los que más nos gustaban. Tiguín y Raúl coincidieron en que el de la Terminal de Ómnibus era de los más lindos. Tiguín más por la cantidad de colectivos que iban y venian con el ruido a motores, y Raúl porque siempre se quería ir lejos y estar mirando ese reloj le parecía que su deseo estaba cerca de cumplirse. A Graciela le gustaba el que estaba por Pellegrini, cerca de Lagos. La Gra se pegaba una escapada todos los jueves a la tarde con uno de Acindar, y sabía que cuando las agujas de ese reloj marcaban las siete en punto, se terminaba el apriete y era hora de pegarse la vuelta. José decía que cerca del Saladillo había uno que cuando funcionaba, el pique de moncholos ahí en el sur, a eso de las seis, era seguro. A Laura le gustaba uno que estaba en la zona norte, no sabía si era al final de avenida Alberdi o comienzo de Rondó (Rondeau). Es que la Lau, los domingos que jugaba el Canaya, se iba hasta ahí a hacer una previa y el último porrón lo tomaba mirando la aguja larga, la de los minutos. Juancalito decía que el que estaba (y está) por Pellegrini cerca del río era el que más le gustaba y aseguraba que a veces el Paraná era el que le daba cuerda. Pií decía que por Seguí había uno pero que de un día para otro desapareció. Tamba recordó que la abuela siempre contaba que por San Martín al fondo había uno que se había puesto durante el primer peronismo y que la fusiladora lo destruyó. Y que las veces que vio ese reloj, a ella le parecía que las horas eran más peronistas. Por calle Córdoba, en el centro, había uno que estaba colgando y casi siempre andaba bien. En las trasnochadas, muchos pasábamos por ahí para saber en qué momento del día estábamos. Ricardo y la Susi hicieron en una cartulina un reloj gigante para Manuel. Ricardo le decía que para él, la aguja corta era como en un partido de fútbol: por un rato largo te indicarán el comienzo, y la otra son los pases largos hasta el final. Manuel no entendió la metáfora, y menos cuando vió que el reloj de cartón que le había hecho la pequeña Susi estaba con números romanos. Para la tarde nos estábamos preparando para ir al centro cuando a tres de nosotros los relojes pulseras nos dejaron de andar. Después de un rato vimos cómo las agujas del reloj de cartón empezaron a moverse, la larga parecía que hasta sonido tenía, como unos fuertes latidos. Al toque nos enteramos que en el centro de Rosario se había armado un tole tole. Cuando las agujas de todos nuestros relojes volvieron a caminar, uno que venía en bici nos dijo que todos los relojes públicos que vió estaban funcionando, aún aquellos que parecían rotos desde meses atrás. Todos los relojes parecían recargados con mucha cuerda. Bueno, casi todos, porque ese día el joven Luis Norberto Blanco había sido asesinado por la policía de la dictadura de Onganía.
Publicado en el semanario El Eslabón del 24/05/25
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