Es una nube, no hay duda

Yo no sé, no. El cielo en ese final de marzo aparecía con unas nubes extrañas. Para algunos, como Manuel y José, era una gran tormenta de agua y viento. Las pibas Graciela y Mónica decían que eran nubes de frío. Para Tiguín y Carlos era humo, nubes de humo que venían de lejos y que se habían estacionado ahí en lo alto, a las puertas de Rosario. Pasaban los días y ese cielo seguía igual. En los noticieros de la radio y la tele ni noticia sobre eso que para nosotros era un fenómeno que no teníamos registro de haberlo visto alguna vez. Cuando pasó una semana, llegamos a pensar que a esas nubes sólo la veíamos nosotros, los que vivíamos en el barrio.

Pedro dijo que le preguntaría a una tía que vivía en Fisherton, eso sí, tendría que ir hasta lo de su tía porque a la Paula, así se llamaba, no le llegaban las líneas telefónicas. Las pibas que sostenían que eran nubes de frío,  aprovechando que tenían que ir a comprar lana para unos echarpes que estaban tejiendo, se tomarían un bondi para ver el cielo desde el norte de la ciudad. Raúl y Tamba se fueron hasta el saladillo para ver cómo estaba el cielo. Mientras tanto, los que se quedaron en el barrio fueron a preguntar sobre el cielo a una pareja de vecinos que, según decían, eran de los primeros que habían llegado al barrio. Esta pareja de viejos vecinos vivían cerca del primer puente de la Vía Honda, el hombre tenía los ojos casi grises, como cargados de nubes, la señora los tenía de un color celeste gastado. Cuando les preguntamos si alguna vez habían visto el cielo así, se pararon cerca de la bomba de agua y mientras bombeaban levantaron las cabezas y se quedaron unos minutos mirando las nubes. Al rato, la señora nos dijo, con los ojos humedecidos: “Vengan mañana y les decimos y de paso se comen una tortas asadas”.

Los que fueron hasta el Saladillo vieron unas nubes que se mezclaban con el humo de los frigoríficos. Las chicas que fueron hasta La Florida dijeron que por ahí unas nubes habían traído un frío de invierno. A Manuel le dijo uno que se había jubilado como maquinista del ferrocarril que esas nubes, las más oscuras, le hacían acordar al humo de las primeras máquinas que había conducido. Pedro y Laura tardaron en venir de Fisherton, pues se habían tomado la F que los llevó para el otro lado de la ciudad. Igual, desde ese lugar de la ciudad, no vieron nube alguna. Una tarde, Ricardo vino hasta la esquina en la que estábamos con una vieja radio, diciendo que podíamos escuchar el noticiero de una radio Uruguaya. Ricardo sostenía que el gobierno y la prensa local estaban ocultando algo. A eso de las ocho de la noche, la pequeña Susi apareció con unas tortas asadas y dijo: “Los viejitos dicen que las nubes son raras, que no nos alejemos de nuestras casas”. En ese momento, en la radio sentíamos la voz del noticiero que decía: “No son nubes de una asonada militar, se trata de un golpe de Estado en el país vecino”.

Publicado en el semanario El Eslabón del 29/03/25

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