Fuck the nihilismo
Mantener la cordura, la tranquilidad, la lucidez suficiente en tiempos como el que nos toca no es sencillo. Para comprender tanta complejidad hace falta mucha lucidez, y el bombardeo permanente de información no colabora.
Mantener la cordura, la tranquilidad, la lucidez suficiente en tiempos como el que nos toca no es sencillo. Para comprender tanta complejidad hace falta mucha lucidez, y el bombardeo permanente de información no colabora. El sentimiento de saturación permanente, la frustración de gran parte de la población de no tener un proyecto de vida, sumada a la crisis del consumo, que otrora sirviera para sublimar la falta de proyección, nos dibujan un panorama espantoso. El encierro, la soledad, la angustia están ahí, acechando nuestra cotidianeidad. Pasan cosas, siguen pasando cosas, pero la hipnosis no nos deja apreciarlas.
Vamos y venimos, como si algún día fuéramos a ser felices. Es la meta. La felicidad eterna, la desconexión de la realidad es lo que nos proponen para dejar de sufrir. Porque sufrimos la indignidad del trabajo, lo banal de las relaciones humanas, sufrimos por estar solos. Sin embargo, nos sucede cada tanto que llegamos a lugares que tienen otra lógica, otra forma de relaciones. El filósofo alemán con nombre coreano Byul Chung Han nos habla del espíritu de la esperanza como lo único que se opone a este sentimiento de incredulidad y desazón que venimos viviendo. Dice que no hay pasividad en la esperanza. Se aleja del optimismo por cuanto la esperanza tiene relación con lo concreto. La esperanza convierte el yo en nosotros, permite amar y creer.
El culto a uno mismo es uno de los ejes de la subjetividad de estos tiempos. El mito del cuerpo deseable, de la salud, nos va llevando irremediablemente a estar solos. Una única persona en el vehículo, en la casa, en el bar. La percepción de estar siempre solos se ve más patente en los jóvenes. Las redes sociales se llenan de videos en los que gente sola disfruta no tener que encontrarse con nadie, y consumir, y no tener que moverse de la casa. El confort es entonces eso, evitar las intensidades que nos llevan a los confines del universo. Evitar la imaginación excesiva, no pensar estrategias de resistencia al congelamiento de las emociones, esquivar compartir las debilidades existenciales con los demás. En suma, volverse un autómata, emprendedor precarizado, onanista tecnológico, abastecido por plataformas virtuales y deliverys de toda clase, sin conflictos de ningún tipo, y eternamente medicado y adormecido ante las circunstancias de la vida.
Es la vida que nos proponen. Esa vida en la que lo más importante es viajar, conocer el mundo como turista, sacarse selfies que te vuelvan envidiable, tener amigos fotogénicos, y vínculos sexoafectivos descartables. Que tu existencia pueda ser seguida por otros y si es en tiempo real mucho mejor. Sin embargo, algo hace ruido, como a madera rota. Cada vez que te conectás, que mirás crecer tu cuenta bancaria, o desmoronarse, cada vez que timbeás virtualmente, o en el peor bajón de cocaína, hay algo que se rompe, que se cae, que se hace trizas. No hay nada más allá. Por eso el nihilismo está siempre ahí, latente, esperando el momento, la falla en la narrativa, para decirnos que todo lo que hagamos es al pedo, que la vida es una mierda y que el plástico, por más fondos que tenga, sólo sirve para comprar más plástico.
Es en las expresiones del arte, en la visión poética de lo patéticos que nos volvemos, en que aparece la esperanza para decirnos que levantemos la mirada del ombligo. Es en la comunión de un pogo, en una marcha que pide por los que fueron cobardemente asesinados y no devueltos sus cuerpos, que se hermana la gente. Es en el paravalanchas, colgados de los trapos y mirando al cielo, que se desgarganta un hombre, o una mujer, gritando y saltando, abrazando a desconocidos.
Es tan sencillo volver a la vida y, sin embargo, es tan fácil volver a ser estupidizado por la pantalla. Crearon una sociedad en la que es fundamental la conectividad, puede ser, no estoy seguro. De lo que sí tengo certeza es de que nos quieren hacer creer que el narcisismo vulgar es la mejor manera de vivir en esta sociedad. Y sobre todo que eso es parte de la estrategia de control social. Hollywood, la teoría del shock, el sueño de vida americano, la meritocracia, la hiperespecialización. La razón instrumental siempre tuvo muchas caras, el empobrecimiento de los pueblos es la más evidente, pero detrás de ellas, una serie de reformas educativas, institucionales de toda índole, lograron generalizar una cultura del desgano, de la apatía, y de la frustración.
Si bien es cierto que hay que convivir con la tecnología, no es necesario seguir realimentando este circuito de desinformación y consumo. Criticar en redes es alimentar el pensamiento que criticás, y generar nuevos mercados para esos pensamientos macabros. Nietzsche propone un camino complejo, coherente con esta realidad para combatir el nihilismo. Primero reconocerlo como un síntoma. Pasar del nihilismo pasivo, que es la falta de esperanza, al activo, que consiste en destruir los valores para crear nuevos principios. Amar la vida como es, con caos incluido, tener fuerza interna para hacer propio el caos, que es lo que se llama voluntad de poder. Vivir en una permanente experimentación donde el error no es fracaso, sino proceso. Probar nuevas maneras hasta encontrar una que aumente tu energía vital. Que el arte esté presente siempre porque convierte la negación permanente del nihilismo en afirmación y transforma el sufrimiento en belleza. Voluntad, creatividad y afirmación de la vida para poder crear los sentidos para dejar de comprar la cajita feliz.
Publicado en el semanario El Eslabón del 17/05/25
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