Lejana tierra mía
Yo no sé, no. “En tierras lejanas…”, así comenzaba el relato que Manuel estaba escribiendo para la tarea que le había dado la de lengua para el fin de semana.
Yo no sé, no. “En tierras lejanas…”, así comenzaba el relato que Manuel estaba escribiendo para la tarea que le había dado la de lengua para el fin de semana. Carlos quería que el relato de Manuel fuera para el lado del fútbol, ya que ese año Estudiantes se enfrentaría al Manchester United. “Ese equipo sí que está en tierras lejanas”. José decía que desde el Puente Gallegos, arroyo arriba, llegó una vez hasta el puente negro donde la pesca de taruchas era increíble. Desde donde estaba, el puente negro era tierra lejana para casi todos, y algunos hasta dudaban de su existencia. Graciela lo habló a Carlos para que la ayudara a preparar la masa para unas tartas de pescado. La receta se la había pasado su abuela gallega, que venía de tierras lejanas. Mientras tanto, el día que nos enteramos que la Morocha (la yegua blanca) estaba preñada y a punto de dar a luz. Empezamos a recordar que unos meses atrás la habíamos tenido que ir a buscar cerca de una quinta que estaba pasando Provincia Unidas.
Juancalito decía que por ahí, en esas tierras lejanas, la Morocha tenía un novio con el que había tenido un entrevero amoroso. Pedro, cuando algún lugar nos parecía lejos, repetía lo que le escuchaba decir al tío Mario, que “Puerta de Hierro no estaba en tierra tan lejanas”. “Eso es cierto”, decía Nicola, que solía ir caminando hasta barrio Belgrano a buscar ramas de una planta de menta que estaba en un terreno escondido, detrás de unos árboles. La menta, cuando se hervía con hojas de eucalipto, largaba un vapor que nos destapaba toda la vía respiratoria y hasta parecía que nos agregaba oxígeno. El Ratón (uno que se corría todo), antes de los partidos aspiraba de ese vaho y decía que esa menta le agregaba otro pulmón. “Seguro que está creciendo en unas tierras raras”. El jueves esperamos a que termine la última misa de la Santa Isabel de Hungría, Tiguín era unos de los monaguillos y tenía acceso al lugar donde guardaban ese vino dulzón de las misas y creíamos que venía de lejanas tierras.
El viernes, después del mediodía, nos empezamos a juntar cerca de lo de Laura. La Moni para eso de las siete de la tarde ya le había corregido el relato a Manuel. Un flaco pasó en bici silbando la marchita y Pedro sintió que la solución que anhelaba el tío Mario no estaba tan lejos. La tarta de pescado que hizo Graciela la acompañamos con empanadas de taruchas que trajo Ricardo. Cerca de las nueve de la noche, escondimos lo que quedaba del vino de misa cuando vimos a la pequeña Susi que con los ojos vidriosos decía: “Qué lindo está el barrio y qué linda y rara está la tierra”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 19/04/25
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